
Recuerda:
Hay personas que plantan una semilla por la mañana y al caer la tarde ya quieren ver flores.
Pero la vida no responde a la impaciencia: crece cuando tiene que crecer.
Cuentan que un campesino guardaba una semilla especial, heredada de su padre.
Una mañana decidió plantarla con ilusión. Regó la tierra, apartó las piedras y esperó.
Pasaron los días… y nada.
Entonces pensó que tal vez el lugar no era bueno, así que desenterró la semilla y la volvió a plantar en otro sitio.
Tampoco brotó.
Probó con más agua, con más abono, incluso con más sol… hasta que, de tanto moverla, la semilla se agotó.
Años después, un amigo suyo encontró otra semilla del mismo árbol, la plantó, y simplemente la dejó estar.
La cuidó con calma, la regó sin ansiedad y siguió con su vida.
El árbol creció lento, pero firme.
Cuando dio sombra por primera vez, el campesino entendió la lección que la tierra le había querido enseñar:
no se puede apurar lo que nace para durar.
El remedio:
No todo lo que no se ve, está muerto.
Algunas cosas germinan en silencio, lejos de la mirada, esperando el momento justo para florecer.
Moraleja:
La paciencia no es esperar sin hacer nada;
es hacer con fe, sin perder la calma.

