En mi primer trabajo tuve un jefe que fue una bestia, y eso se lo agradezco. No porque fuera un salvaje, sino porque era exigente y hacía que uno mismo se exigiera.
Recuerdo que mi primera tarea la vi súper complicada. Hoy en día me río de ella.

Estaba frente a un sistema 34 de IBM. El jefe, Castro, me dijo que tenía que salir a una reunión con los demás gerentes de la automotriz, y que me dejaba a cargo del departamento, que todo debía funcionar bien. El terror invadió mi ser. ¿Cómo, con solo dos días de haber comenzado a trabajar, me iba a dejar a cargo del sistema de la compañía, yo, que era apenas un pichón de ingeniero?

Le puse todas las trabas posibles, sí, le demostré mi miedo. Y el hombre me respondió que desde el primer día me había dado todas las herramientas para poder quedarme solo. Que para eso estaba allí, para atender si él no estaba. Que, si no quería hacerlo, pues que me fuera.

Ese fue mi primer desafío en mi primer trabajo. Entonces acepté, pero el terror seguía recorriendo mi mente, y le expuse tres dificultades que podrían presentarse y para las cuales no estaba preparado. Incluso le sumé otra preocupación: qué pasaría si surgía algo que no me había enseñado. ¿Cuál sería la solución ante un problema inesperado?

Él, tomando su maletín y ajustándose la chaqueta para salir de la oficina, me respondió:

—Figure it out.
Resuélvelo, para eso estás aquí.

Esas palabras fueron lo mejor que me pasó en la vida. Con ellas aprendí no solo a resolver asuntos del trabajo o de la profesión, sino que también me sirvieron para todo en la vida. Aprendí a solucionar sin depender de los demás, a resolver por mi cuenta, usando la lógica.
Por supuesto, la ayuda de un equipo siempre es buena, pero uno debe tener la iniciativa y la creatividad.

Hasta aquí mis cinco minutos.