Mi hermano y yo teníamos una bici vietnamita sin gomas, que nos avalanchábamos jajaja. Cuesta abajo sin final seguro cada tarde...
Mis poemas siempre estaban llenos de recuentos ortopédicos.
La frescura de los acantilados es mágica, como también lo es la de la campiña cubana a pesar de su sopor.
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