
Recuerda:
A veces creemos que la fuerza bruta puede arreglar cualquier cosa.
Pensamos que con solo insistir, golpear o apretar más fuerte, lograremos que todo encaje. Pero la vida, como la madera, tiene sus vetas. Si no aprendemos a mirarlas antes de actuar, terminamos rompiendo lo que queríamos reparar.
Hace muchos años, un carpintero joven trabajaba junto a su maestro.
Un día, mientras armaban una mesa, el muchacho golpeó con tanta fuerza un clavo torcido que la madera se partió por la mitad. Frustrado, le dijo:
—No entiendo, maestro, usé toda mi fuerza.
El hombre sonrió y le respondió:
—Ese fue tu error, hijo. Quisiste que la fuerza hiciera el trabajo del cuidado.
El joven guardó silencio, avergonzado. El maestro tomó otro trozo de madera, lo colocó frente a él y dijo:
—Observa la veta, acaríciala, conoce su dirección. Si la golpeas sin entenderla, se quiebra; pero si la acompañas, se vuelve fuerte contigo.
Desde ese día, el aprendiz no solo construyó mesas, también aprendió a escuchar el ritmo de las cosas: la madera, las personas, la vida misma.
Porque todo lo que vale la pena requiere atención y respeto, no solo esfuerzo.
El remedio:
No siempre es cuestión de fuerza, sino de comprensión.
No todo se arregla empujando; a veces, lo que sana es detenerse, respirar y mirar con ternura antes de golpear.
Moraleja:
Golpear más fuerte no es avanzar más rápido.
A veces, el verdadero poder está en saber cuándo detener el martillo.
