El Pago del Futre

in #hueso4 days ago

Había una vez, en las alturas frías y desoladas de los Andes mendocinos, una leyenda que se susurraba alrededor de las fogatas: la del Futre. Se decía que, a finales del siglo XIX, durante la construcción del Ferrocarril Trasandino, un hombre elegante llamado Mr. Foster era el encargado de pagar a los obreros. Pero Foster no era solo un agente; era un ladrón astuto que, vestido con traje impecable, sombrero y bastón, robaba a los peones sus salarios duramente ganados en las noches brumosas. Algunos juraban que murió en un accidente en las vías, pero su espíritu, el Futre, seguía vagando por las montañas, atrayendo a los desprevenidos con promesas de riqueza, solo para despojarlos de todo... incluso de su vida.

En el presente, tres amigos decidieron aventurarse en un viaje de fin de semana a las ruinas del viejo ferrocarril en Puente del Inca, atraídos por las historias de fantasmas que circulaban en internet. Ailén, una chica bajita con pelo rizado que caía en cascadas salvajes sobre sus hombros y anteojos gruesos que le daban un aire intelectual, era la más entusiasta. "¡Vamos a explorar de verdad, sin miedos tontos!", decía, ajustándose las gafas mientras caminaba con paso decidido. Le molestaba que la trataran como a una niña frágil, especialmente Nahuel.

Katy, de contextura robusta —no gorda, pero siempre consciente de esos "kilos de más" que la hacían dudar de su reflejo en el espejo—, no paraba de hablar. "Chicos, ¿sabían que el Futre era un fantasma elegante? Imagínense, un tipo con frac robando almas en la niebla. ¡Yo una vez leí que aparece con un maletín lleno de oro falso para atraer a los codiciosos! Nahuel, ¿tú crees en eso? Porque yo sí, pero no me asusto fácil, ¿eh? Solo por si acaso, traje snacks extra por si nos perdemos". Su voz resonaba en el viento helado, llenando los silencios con anécdotas interminables.
Nahuel, un chico de unos 30 años con pelo largo que le llegaba a los hombros, anteojos finos y una barba espesa que le daba un aspecto de pensador bohemio, caminaba al frente del grupo. Era analítico hasta el extremo: observaba cada piedra, cada sombra en las montañas, murmurando hipótesis. "Miren, las ruinas del tren están erosionadas por el tiempo, pero las marcas en las vías sugieren impactos antiguos, quizás de avalanchas. Ailén, no te alejes mucho; Katy, quédate cerca. No sabemos qué animales o grietas hay por aquí". Su sobreprotección era constante, como un escudo invisible que irritaba a Ailén. "Nahuel, por Dios, tengo 25 años, no soy una cría. Deja de tratarme como si fuera a romperme", le espetaba ella, rodando los ojos detrás de sus lentes.

Llegaron al atardecer a las vías abandonadas, donde el sol se hundía detrás de los picos nevados, tiñendo el cielo de un rojo sangriento. Katy no dejaba de charlar: "¡Miren esa cueva! Apuesto a que el Futre se esconde ahí, esperando a los turistas tontos como nosotros. Nahuel, ¿analizas si es segura? Yo traigo linterna, pero si sale un fantasma, grito y corro". Nahuel inspeccionó el lugar con su habitual meticulosidad. "Estructuralmente parece estable, pero hay ecos extraños. Podría ser el viento, o quizás algo más. Chicas, quédense atrás mientras chequeo".

Ailén, harta de la protección, se adelantó sola hacia las vías oxidadas. "Voy a ver por mí misma. No necesito niñero". Caminó unos metros, el viento aullando como un lamento lejano. De pronto, en la bruma que se levantaba del suelo helado, vio una figura: un hombre alto, vestido con un traje negro impecable, sombrero de copa y un bastón reluciente. Sostenía un maletín que brillaba como si contuviera tesoros. "Señorita, ¿busca fortuna en estas montañas solitarias?", dijo con una voz suave, casi hipnótica, extendiendo una mano enguantada.

Ailén parpadeó, ajustando sus anteojos. "¿Quién es usted? Esto no es gracioso". Pero el hombre sonrió, revelando dientes demasiado blancos. "Soy el Futre, guardián de los pagos olvidados. Tome, un regalo para una dama curiosa". Abrió el maletín, y un resplandor dorado iluminó su rostro. Ailén sintió un tirón inexplicable, como si el oro la llamara.

Desde atrás, Katy gritó: "¡Ailén! ¿Qué es eso? ¡Parece un fantasma de película! Nahuel, haz algo, analiza rápido, ¿es real o alucinación por el frío? Yo digo que corramos, pero primero foto para Instagram". Nahuel corrió hacia ellas, su barba agitada por el viento. "¡Ailén, retrocede! Esto no cuadra: la temperatura bajó de golpe, y esa silueta no proyecta sombra. ¡Es imposible, pero... chicas, a mi lado ahora!".

Pero era tarde. El Futre se acercó a Ailén, su mano fría rozando su brazo. Ella sintió un escalofrío que le robó el aliento, como si le succionaran la vitalidad. "No... déjame", murmuró, pero sus piernas no respondían. Katy, parlanchina como siempre, empezó a gritar: "¡Suéltala, fantasma pijo! ¿Sabes cuánto pesamos juntas? ¡Te aplastamos! Nahuel, ¿qué dice tu análisis? ¿Es vulnerable al agua bendita o qué?".

Nahuel, en un arrebato protector, se lanzó adelante, empujando al Futre con todas sus fuerzas. "¡Aléjate de ellas!" El espectro se disolvió en niebla por un momento, pero reapareció detrás de Katy, susurrando: "Habladora, ¿quieres un secreto que te haga callar para siempre?". Katy sintió un peso en su pecho, como si sus "kilos de más" se multiplicaran, aplastándola. "¡No... no puedo... respirar! Nahuel, ayúdame, pero analiza por qué pasa esto".

Nahuel giró, su mente trabajando a mil: "Es una ilusión térmica, o quizás ectoplasma... ¡No, es real! Chicas, corran hacia la luz". Pero el Futre los rodeó, su risa ecoando en las montañas. Ailén, liberada momentáneamente, corrió hacia Nahuel, pero por primera vez no le molestó su protección. "Nahuel, sácanos de aquí... por favor".

La noche cayó como un manto, y el Futre extendió sus brazos. Uno a uno, les robó algo: a Ailén, su independencia, dejándola paralizada de miedo; a Katy, su voz, silenciándola en un grito mudo; a Nahuel, su análisis racional, sumiéndolo en el caos. Se dice que sus almas aún vagan por las vías, esperando a los próximos curiosos, mientras el Futre, elegante y eterno, cuenta sus tesoros en la niebla.

Y si alguna vez viajas a esas montañas, escucha bien: si oyes el clic de un bastón en la oscuridad, corre. Porque el Futre siempre cobra su pago.

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