Recuerda:
¡Qué loco! Cuando éramos bebés, saltamos de los brazos de nuestros seres protectores, buscando independizarnos. Empezamos a gatear, moviéndonos en cuatro patas, con rodillas y manos. No les hacíamos caso a los infinitos golpes que nos dábamos mientras nuestros músculos se adaptaban y fortalecían en esa posición desconocida.
Y ni pensar cuando nos incorporamos y lo hicimos en nuestros dos pies. Nos caíamos por falta de equilibrio, pero ahí íbamos una y otra vez. Lloramos, nos reímos y, al final, pudimos. Vencimos.
Sin embargo, ahora, cada vez que cometemos un error, nos quedamos atascados en la frustración, retroalimentando la sensación de fracaso y inutilidad. En muchos casos, nos rendimos.
Nadie vino con un librito de "cómo vivir". La vida siempre ha sido un proceso de prueba y error. Nos golpeamos, nos incorporamos, nos sacudimos y seguimos adelante. Es más importante lograrlo, especialmente si otros lo han hecho.
Aquel que, pudiendo ser alguien, elige ser un gusano en vez de caminar erguido y de frente, elige arrastrarse. No debería quejarse si alguien, por descuido, lo pisa.