Recuerda:
Ella había dedicado su vida, a cuidar y educar a los demás, tal vez porque creció al amparo de una familia que la amó y cuidó tiernamente, o el calor sobreprotector que emanaba de la iglesia donde se congregaba desde pequeña la forjó así. Pero si, se crió entre algodones: no sobraba nada, pero nada le faltaba, y tampoco esperaba mucho. Aprendió a ser feliz con lo que hubiese.
Con el tiempo y una pila inagotable de libros, se convirtió en doctora y maestra de grado. Los que la conocían, pero no eran su familia, aseguraban que estaba un poco loca, pero ¿quién no? Su corazón clamaba por ese gran amor que nos marca a fuego, por su príncipe azul de los cuentos de hadas que la sacara de la torre más alta de aquel castillo solitario donde ella misma, sin querer, se había recluido.
Y por fin, un buen día, como por arte de magia, apareció él. Y de repente, su vida se iluminó, se pobló de dichos y promesas. Tras de esa computadora frente a la cual esperaba con ansias su comunicación, todo su mundo pasaba dentro de la compu y el internet. Y aunque trataron de desalentarla con que eso no era real, parecía que esa situación actual había iluminado su trabajo y su relación con el prójimo.
Se la veía risueña, como angelical, simplemente enamorada. Y así fue que, después de un buen tiempo de mensajearse, él juntó fuerzas y partió idalgamenté a conocerla cara a cara. Aunque parecían haberse visto en otra vida, el milagro sucedió: se vieron en algún lugar de esa ciudad y todo se vació de repente. Se enmudecieron los ruidos y se enamoraron aún más.
Simplemente encajaban el uno con el otro, y en esa inmensidad de kilómetros que los separaba, ninguno había mentido: eran tal cual se esperaban. Decidieron emprender una vida juntos para así ambos rescatarse de la soledad que los habitaba y llenarse del otro. Y así fue: luego de sortear cientos de obstáculos, se casaron según las costumbres de su princesa lo exigían, y emprendieron el desafío de andar de a dos.
Con el tiempo, el cielo que había en los ojos de su príncipe se nubló y tormentas huracanadas golpearon fuerte. Una enfermedad que parecía dormida despertó, y el único soporte de vida, abrazos y cuidados, se lo ofreció ella con todo su amor y su ciencia. Lo aferró a la vida, aunque esta se escurría como agua entre las manos caprichosamente, pero igual lo hizo feliz.
Doblegó sus rodillas y suplicó que se perdonaran sus pecados y encontrara la paz eterna. Después de todo, ¿quién en mayor o menor grado no los tiene acumulando en el cofre del olvido? Y lloró desconsoladamente hasta secarse por dentro de lágrimas.
Sin saber cómo pudo, abandonó el nido que habían levantado juntos y volvió a sus antiguos paisajes. Le costó horrores reinsertarse la procesión va por dentro, y los que la conocían dijeron, esta como ida enajenada. Su congregación la invitó a darle clases dominicales a los niños, y alguien la mencionó en una salita de primeros auxilios adonde asisten las personas que no tienen obra social.
Y así volvió a ejercer, despacito, de doctora. O sea, se dejó llevar por el viento, ya que no sentía que tenía la fuerza suficiente para pelear.
Las risas de sus alumnos, esas caritas risueñas que la desbordaban de amor, y la simpleza y bondad de sus humildes pacientes, que veían en ella su pronta recuperación, la sanaron.
Pues, en definitiva, la vida no pide permiso: da, quita, pero nunca, bajo ningún punto de vista, se detiene.
Aunque la sicatris de ese gran amor que la marcó, la construyó, la descontruyo y por fin la hizo mas fuerte no se borrará jamás y él ya no esté en este espacio, sabe que un día se encontrarán y todo se vaciara de repente, todo estará en silencio y bastará una simple mirada para volverse a amar, solo es cuestión de tiempo.
Posted Using INLEO