Recuerda;
Una mañana, caminando, observé detenidamente cómo unos nubarrones negros cubrían el cielo, y al cabo de un abrir y cerrar de ojos se tragaron la luz e hicieron que todo se viera gris oscuro. Ya ni mi sombra me acompañaba. De a poco fui quedándome a solas y sentí cómo unos gotones inmensos se precipitaban desde el cielo. Instantáneamente busqué refugio para no empaparme y lo encontré debajo de un alero de un edificio en demolición.
Ahí, más tranquilo, la vi. Era una bella y frágil amapola silvestre creciendo solita entre los bloques de cemento de la vereda. Su tallito flaquito, con apenas unas hojitas verdes y una hermosa flor amarilla con su centro negro, parecía pintada. Si no fuera por las gotas que le azotaban una brutal paliza, pero ahí estaba, encorvada, mirando de cara al suelo, estoica, resistiendo con todas sus fuerzas la brutal tormenta.
En muchos momentos, al verla besar el charco que se había formado debajo de ella, pensé que ya no podría elevarse y que su tallo se quebraría ante tanta desigualdad en la misma naturaleza a la cual pertenecía. Y sin embargo, sin ceder un ápice, se volvía a enderezar un poquito y seguía resistiendo los embates del viento y la lluvia.
Y así como apareció de repente, de repente desapareció. La luz del sol se abrió paso entre las ahora nubes blancas como copos de algodón y impuso su reinado. Mis ojos la buscaron instantáneamente y ahí estaba, erguida y de cara al cielo, en señal de gratitud. Había nada más y nada menos que sobrevivido.
Eso me llevó a reflexionar mientras seguía con mi caminata, acerca de mi vida. Al pensar en cómo la indefensa y solitaria amapola amarilla luchó por mantenerse en pie ante semejante tempestad y habiendo observado en primera fila como espectador de lujo cuán dura había sido su lucha, me recordó las dificultades que había tenido en mi vida y cómo mil veces sentí que ya no podía más.
Si hubiera tenido como en el boxeo una toalla, yo mismo la hubiera arrojado. Pero al ver a la amapola silvestre en pie y victoriosa, recordé de repente aquel pasaje bíblico donde Jesús nos dice que nosotros valemos más que las flores del campo y los pájaros que surcan los cielos.
Pensé: "Si fue Él quien le dio fuerzas a esa pequeña amapola amarilla para que pasara la tormenta, ¿por qué yo debería temer a las adversidades? Pues si Jesús no dejó que esa flor amarilla, la cual no ama, no se mueve y no tiene razonamiento alguno, soportara estoicamente la brutal tormenta, ¿cuánto más cuidará de mí, hijo de Dios y heredero de la vida eterna?"
Desde ese entonces, ya no dejo que nada me asuste o desanime. Y cada vez que me siento que voy a desfallecer, veo dentro de mi mente aquella bella y frágil amapola silvestre amarilla, la cual supo mostrarme cuánto valgo y lo duro que he de pelear en este mundo tan solo para sobrevivir.
Pero también recuerdo el amor que me tiene aquel que dio fuerzas a la flor para que pudiera resistir y su vida por nosotros. Y aunque mi sombra a veces me abandone, Él siempre está a mi lado. "Gracias, Señor, por ayudarme a persistir".