Navidad.
En un barrio cubano donde el calor y la alegría nunca faltan, la Navidad era una fiesta esperada con el corazón y el son en las calles. La familia Molina estaba lista para la gran celebración, pero este año algo raro pasó: el viejo árbol de Navidad que guardaban en el clóset se había roto y no quedó ni una ramita.
Don Pepe, el abuelo, no se rindió y dijo con voz firme: "Aquí no falta la Navidad porque no hay árbol". Así que decidieron improvisar: en vez de pino, hicieron un "árbol de navidad" con ramas de flamboyán, decoradas con luces de colores, guayabas confitadas y hasta con papelillos brillantes que sus nietos recortaron con risas y enredos.
La abuela Rosa preparaba el lechón asado con su sazón insuperable, y la cocina olía a ajo, cebolla y especias que bailaban en el aire. Pero como en toda buena familia cubana, el día no estaba exento de travesuras: el gato Canela se enamoró de una bola de navidad y la tiraba una y otra vez, mientras los niños corrían detrás de él entre risas y "¡cuidado con los vasos!".
Más tarde, al caer la noche, don Pepe sacó su vieja guitarra y comenzó a tocar sones, que hicieron que todos desde el más pequeño hasta el tío Pepito se pusieran a cantar y bailar alrededor del árbol improvisado. La vecina Doña Luz llegó con su caja de tambores y maracas, y la fiesta se transformó en una celebración que mezclaba villancicos con guaguancó.
Cuando llegó la hora de abrir los regalos, los Molina compartieron frases y abrazos, recordando que la verdadera Navidad está en el amor, la familia, y el calor humano que nadie puede quitar, ni siquiera la falta de un árbol tradicional. La noche cerró con un brindis de malta fría y promesas de volver a reunirse, porque en Cuba, la Navidad es sabor, comunidad y alegría sin fin.
Y aunque el árbol fue un flamboyán, en esa casa el espíritu navideño creció más verde que nunca.

Cuento de mi autoría.
Imagen tomada de Géminis IA.
